¿Qué decimos?

Ciudad de México, a 22 de abril de 2021

A los agentes de pastoral de pueblos originarios. Al gobierno de México

A las empresas nacionales y trasnacionales.

Al pueblo de Dios en México.

A quienes tienen en sus manos la responsabilidad del cuidado de la Tierra.

Les saludo en el Señor de toda bondad y misericordia.

En este Día Internacional de la Tierra, es necesario recordarnos que la vida y el sustento de la humanidad, y de todos los seres vivos, dependen completamente de los recursos y de los nutrientes que nos ofrece la Madre Tierra y que gracias a la fertilidad de su suelo recibimos “nuestro pan de cada día”. No cabe duda: la Tierra es el lugar providencial de toda nuestra vida. Ella es sacramento del Hacedor y Conservador de la vida, de Ipalnemohuani, “Aquel por quien vivimos”. En ella se revela Dios como Nuestra Dignísima Madre, Tonantzin. Por eso es que cuando se pregunta en las comunidades indígenas sobre el color de la piel de Nuestra Señora de Guadalupe, los pueblos originarios responden sin dudar que su piel es “color de la tierra”, lo cual refleja una visión profunda de fe.

Sin duda los pueblos originarios mantienen con la tierra una relación mística, y con razón todos estos pueblos, a la tierra la consideran su Madre. Las “Palabras Antiguas” (Huehuetlahtolli) de los pueblos originarios coinciden en que el origen primordial de la humanidad es la tierra. Los indígenas son tierra que se ha vuelto carne, huesos, sangre. Por esto hay en las comunidades indígenas un amor entrañable a la tierra y un profundo respeto ecológico y sagrado. Ellos saben que: “abusar de la naturaleza es abusar de los ancestros, de los hermanos y hermanas, de la creación, y del Creador, hipotecando el futuro” (Querida Amazonia, 42)

La tierra para los pueblos originarios es un espacio religioso, un locus theologicus, y no solamente un territorio geográfico y menos aún un medio de producción y explotación. Los pueblos originarios mantienen cotidianamente relaciones místicas con la Madre Tierra, porque en ella recrean sus mitos creacionales; en ella se encuentra la raíz y el ombligo de su origen, de su historia; en ella recrean sus celebraciones, sus fiestas, sus anhelos, sus utopías; en ella construyen las esperanzas de “una Tierra sin males”, de la “Tierra Florida”, de “Cielos nuevos y Tierra nueva”, en ella cimientan sus luchas y su identidad, diciendo: “somos agua, aire, tierra y vida del medio ambiente creado por Dios.

Por todo esto, pedimos que cesen los maltratos y el exterminio de la Madre Tierra. La tierra tiene sangre y se está desangrando, las multinacionales le han cortado las venas a nuestra Madre Tierra” (Querida Amazonia, 42).

Con mucha razón el Papa Francisco nos invita a hacer “Oración por nuestra tierra” y exclamar: “Dios omnipotente que estás presente en todo el universo y en la más pequeña de las creaturas, sana nuestras vidas para que seamos protectores del mundo y no depredadores, para que sembremos hermosura y no contaminación y destrucción. Toca los corazones de los que buscan sólo beneficios a costa de los pobres y de la tierra” (cfr. Oraciones. Laudato si’).

Con mi cercanía y oración.

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+ Fr. José de Jesús González Hernández, OFM

Obispo Prelado de Jesús María, El Nayar

Comisión Episcopal para la Pastoral Social, CEPS

Responsable de Pastoral de Pueblos Originarios y Afromexicanos

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